Cuatro consejos para dejar de amargarte la vida

Hoy, por fin, las temperaturas nos están dando un respiro. Aunque ya te advierto que no sé si lo que voy a escribir es fruto de mis neuronas dañadas por tantos días seguidos soportando el «caloret». Pero aún así, con tu permiso, allá vamos.

Todos los años por estas fechas se me plantea la misma situación. Y es que llegan los días de calor y mi cuerpo pide… (no, salsa no, que también, pero no…) mi cuerpo pide cervecita fresquita. A medio día, mientras hacemos la comida, ese aperitivo regado con una cervecita… al llegar a casa por la tarde después de un largo día… los viernes por la tarde, cuando me siento en la terracita del bar de la plaza a ver pasar la vida, sin hacer otra cosa que disfrutar de la compañía de mi pareja acompañados de una cervecita… cuando salgo de la piscina y el sol abrasa, una lata fresquita…

Y surgen en mí las primeras dudas: ¿Me estaré volviendo un poco «alcohólica-cervecera»? ¿Qué dicen los médicos acerca de esto de beber cerveza? ¿Cuántas son muchas? Y entonces llego a la conclusión de que no hay peligro. En primer lugar porque, que las disfrute mucho cuando las bebo, no significa que beba muchas. En segundo lugar porque me he dado cuenta de que en realidad no soy cervecera, soy mahouista. ¡Y además de las clásicas! Vamos que no bebo por beber, bebo por religión. Pero luego me asaltan otro tipo de dudas: ¿Qué pasa con mi cintura? ¿Estoy subiendo de peso? ¿Es sólo la cerveza o es el pincho?…

Vamos, que me doy cuenta de que empiezo a amargarme la vida y de que no merece la pena. Así que aquí te comparto mis cuatro consejos para dejar de amargarte la vida:

1. Date permiso para hacer lo que te apetezca sin machacarte por ello.

Si te apetece darte un capricho, hazlo. De manera consciente, responsable y adulta. Pero no estés en la terraza del bar con tu caña quejándote de los kilos que estás engordando. Decide qué es lo quieres y hazlo. Porque si lo quieres es mantener la cintura disfrutarás con un zumo sabiendo que haces lo que quieres hacer. Pero no te bebas el zumo maldiciendo a las naranjas y envidiando mi cerveza… bueno o la de quien sea ;) De nada sirven los pequeños placeres de la vida si no puedes disfrutarlos sin después sentirte culpable por ello. No te amargues pensando en si deberías haberlo hecho o no. Hazlo y disfrútalo.

2. Saborea cada momento, aunque parezca insignificante.

Concéntrate en el momento presente, en las personas que te acompañan, en el merecido descanso… Aprende a concentrarte en lo que estás haciendo para ponerlo en valor y agradecerlo. La mayor parte del tiempo lo pasamos viviendo en automático y no nos paramos a tomar conciencia de lo afortunados que somos por poder permitirnos esos pequeños detalles. Al final, la buena vida está hecha de pequeños buenos momentos que hemos sido capaces de saborear y agradecer.

3. No esperes a que aparezcan los buenos momentos, ¡provócalos!

Quedarnos en casa esperando a que suene el teléfono y alguien nos invite a un planazo de fin de semana es bastante arriesgado. Bueno, el riesgo es que ese plan solo llegue a existir en la cabeza.  Si es tu caso, deja las dudas y los miedos a un lado y toma la iniciativa. Las excusas mas frecuentes que he oído en este sentido son del tipo «y si no les apetece..», «es que a mí no se me ocurren planes divertidos…», «es que yo nunca sé dónde ir o qué hacer…», «y si no quieren…» Todas estas excusas sirven para no arriesgar, pero no para disfrutar de buenos momentos. Si lo piensas detenidamente, lo peor que puede ocurrir es que al final no salga un planazo… vamos, que nada cambia si no se hace algo. Sin acción no hay cambio. Por tanto, sólo se puede ganar. Y si no se te ocurre un plan mejor, invita a un amigo a tomar una cerveza fresquita, siempre funciona.

4. No te tomes demasiado en serio.

Me he dado cuenta que las personas que más se amargan la vida son las que piensan continuamente en el posible impacto (negativo) que causarán en los demás. Se impiden hacer o decir cosas por miedo a «qué pensarán» los demás. La mayor parte de las veces, cada uno de nosotros estamos tan pendientes de nosotros mismos que ni siquiera nos damos cuenta de qué hace o dice la otra persona, o sea, tú. El miedo nos hace creer que somos mucho más visibles e importantes para los demás de lo que en realidad somos. Porque no nos engañemos, a quien sí le importamos de verdad, a quien nos quiere, ya nos conoce y no se pasa el día juzgándonos. Así que, deja de tomarte tan en serio. No temas hacer o decir alguna tontería, ni sufras si la cerveza y las tapas te desdibujan un poco la figura. Disfruta ahora. Porque en la vida hay momentos para todo. Lo importante es no mezclarlos.

Y aquí va un consejo extra.

Haz lo que tengas que hacer, sin ponerte excusas. 

Cuando llegue el momento de ponerse serios y volver a recuperar el cuerpo perdido por la religión mahouista y los rigores del verano, haz lo que tengas que hacer. Y si toca beber agua ya sabes… saborea y disfruta del momento. Pero deja de amargarte la vida.

No te tomes demasiado en serio y comparte tu opinion. ¿Cuál es tu «religión«?

Yo soy mahouista

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