Solidaridad y empatía, ¿sólo palabras?

Llevo tres días dando vueltas al tema de la solidaridad y empatía. Y es desde el otro día en que no pude tomar el tren para ir a una cita en Madrid porque, según me comentó una guardia de seguridad (sí, era mujer), se había producido un arrollamiento en Zarzaquemada.

Me pareció un eufemismo que utilizara la palabra «arrollamiento» cuando una psicóloga (vamos, yo) habría empleado el término «suicidio». Pero al momento me di cuenta de que, si en lugar ser psicóloga fuera, por ejemplo, policía judicial, igual habría pensado en un homicidio o un asesinato y hasta que no se investigue, sólo se puede asegurar que se trata de un arrollamiento. Pero como soy psicóloga, volví a mis pensamientos tratando de imaginar si la persona estaría en tratamiento, qué le habría llevado a arrojarse a la vía, depresión, trastorno límite, desesperación y malas decisiones… Hasta que las voces del tipo que estaba a mi lado me sacaron de mi ensimismamiento (¿o debería decir «enmimismamiento»?). Estaba gritando a la señora de la ventanilla pidiéndole explicaciones por el retraso del tren con los modales de un energúmeno.

Como no puedo evitar meterme en todos los «fregados», tercié en la conversación para decir al caballero maleducado que una persona se había tirado a la vía y que la policía había cortado el paso de trenes, que qué esperaba solucionar gritándole a la señora que vende los billetes. Para mi asombro y el de los presentes, se giró y se agachó a recoger las maletas que había dejado en el suelo a la vez que decía: «¡¡¡Me cago en la hostia!!! ¿No tenía otro día para suicidarse el muy…? (Yo no lo escribo, pero él sí lo dijo).

Su mujer y su hija trataron de calmarle mientras salían del vestíbulo de la estación y el tipo seguía agitando sus billetes y soltando sapos por la boca. En ese momento la mujer que había a mi espalda me dijo: «Esto es por la negociación del convenio». ¿Cómo, qué convenio? «Sí. No es que se tire nadie a la vía, lo dicen porque hacen paros para presionar en la negociación del convenio. Ya van cinco veces desde mayo. Pero no me parece mal. Tienen que hacer valer sus derechos».

Aún no repuesta de la primera intervención canalla y egoísta del caballero contraríado porque perdía el tren a su lugar de vaciones, estaba oyendo a una sindicalista sin escrúpulos justificar que cualquier cosa vale con tal de hacer presión por tus derechos.

Y yo, pensando en el dolor de alguien que no vió una salida a sus problemas y no encontró otro alivio que la única acción que es del todo irremediable, quitarse la vida. No soy ni la más solidaria ni la más empática, eso seguro. Pero esa mañana me volví para casa con dos punzadas en el estómago.

Estos meses atrás he observado cómo muchas personas se rasgaban las vestiduras cuando veían en televisión o en las redes sociales el dolor y el sufrimiento que la crisis ha ocasionado por todas partes. He visto culpabilizar a unos y a otros de los suicidios de algunas personas y achacarlos a la crisis, a los políticos, a los banqueros, a no encontrar salida a la situación económica…

Tal vez el hecho de que mi profesión sea tratar de aliviar el sufrimiento emocional de los demás no me permite ser objetiva en este tema. Pero desde el otro día tengo la sensación de que la solidaridad y la empatía son más fáciles en la distancia y cuando no nos toca de lleno. Porque cuando el dolor ajeno trastoca nuestros planes, solidaridad y empatía se quedan en palabras vacías de significado. Solidaridad y empatía, ¿aumentan en momentos de crisis o son sólo palabras con las que nos cubrimos las vergüenzas del malestar que sentimos por el dolor ajeno?