Esta mañana me reencontrado con la palabra kilopondio después de años de haber permanecido dormida en el olvido en algún recóndito lugar de mi cerebro. Mi hijo está preparando el examen de Tecnología de 1º de Bachillerato y al enseñarme el esquema que ha preparado de la materia he descubierto el «Kp» (kilopondio) entre un montón de ecuaciones que para mí no tenían ningún sentido.
He recordado vagamente que en algún momento de mi vida yo estudié qué era un Kilopondio (Equivale a la fuerza de atracción que ejerce la Tierra sobre una masa de un kilogramo al nivel del mar, Wikipedia). Lo interesante es que automáticamente han aparecido en mí un reguero de emociones negativas asociadas al Kp: desasosiego, incapacidad…
Y tras pensar en ello he descubierto por qué. Crecí pensando que era una «inútil» en todo lo que estuviera relacionado con los números. Esa autovaloración hizo que detestara las matemáticas, la física, la química y toda materia que incluyera números y fórmulas. Esa autocreencia sobre mis capacidades limitó por completo mis posibilidades de éxito en las matemáticas y la estadística que tuve que estudiar en la carrera. Yo había decidido que no era buena en matemáticas. Y esa decisión se impuso en mí desempeño.
Ahora te invito a que pienses en las limitaciones que tú te has autoimpuesto. Y si crees que no es autoimpuesto sino que te limitas a aceptar la realidad, hazte la siguiente pregunta: ¿quién sería Michael Jordan sin las horas y horas que dedicó a practicar y entrenar? En la misma línea, cómo nos afecta escuchar cuando somos pequeños (cuando aún no tenemos la capacidad de decidir si estamos de acuerdo o no con lo que nos dicen nuestros padres) que no nos preocupemos que no todo el mundo es bueno en deporte, o que dibujar no es lo tuyo, o que tienes el mismo carácter que tu difunto abuelo que en paz descanse…
Sí, el kilopondio me ha recordado que muchas veces las personas renunciamos a intentar hacer cosas, renunciamos a proyectos interesantes, porque nos autoconvencemos de nuestra incapacidad para sacarlos adelante.
Y otra vez me he preguntado qué habría sido del ser humano si no trajéramos de serie la persistencia que nos permite intentar una y otra vez comunicarnos con los demás. Imagina al niño pensando «No se me da bien esto de hablar, lo he intentado ya muchas veces y no me entienden lo que les digo», o «Estoy harto de caerme una y otra vez, esto de andar no es para mí». (Y no te digo si un padre/madre comenta: «Ufff, es que mi hijo es muy torpe, con la edad que tiene y aún no anda solo»)
Pues ésa es la actitud que muchas veces adoptamos los adultos cuando queremos conseguir algo y las cosas no salen como esperábamos. Poco a poco nos vamos convenciendo de nuestra incapacidad y nos damos por vencidos.
Hasta que al final las creencias que tenemos acerca de lo que somos o no capaces de hacer, determinan nuestros logros en la vida.
La próxima vez que algo no resulte como esperabas, acuérdate del Kp y pregúntate si es incapacidad o si estás renunciando a conseguir tu meta.
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