El tema de la relación entre el dinero y la felicidad es un clásico. No tengo muy claro si el interés bíblico y filosófico por este binomio apareció antes o después que el interés mundano y pedrestre por la acumulación de riquezas.

Todavía resuena en mi cabeza ese pasaje de la Biblia en el que un camello intentaba entrar por el ojo de una aguja. Me imaginaba al camello reduciéndose como «Alicia en el país de las maravillas» porque estaba claro que era imposible ser rico y pretender alcanzar el reino de los cielos… que así nos ha ido.

Pero de ahí a que el dinero no da la felicidad hay un paso. Porque, claro, si los ricos no iban al cielo, se entiende que era mejor ser pobre. Esta relación judeo-cristiana con los dineros nos ha hecho creer que tener dinero es algo malo. Aunque tal vez de lo que nos advertían era de no dedicarnos a acumular riquezas porque eso no nos hacía más felices.

Y lo cierto es que las investigaciones que se han realizado para tratar de descubrir qué es lo que nos hace más felices a las personas han llegado, entre otras, a esta misma conclusión: «El dinero no da la felicidad«. Sí, claro, pero con matices.

El dinero no da la felicidad… cuando partimos de una base que se ha planteado como el nivel a partir del cual, seguir acumulando riqueza ya no aumenta nuestro nivel de felicidad.

La gráfica que explica esta paradoja es la siguiente:

grafica-felicidad_dinero

Es decir, el dinero sí da la felicidad pero sólo cuando nos encontramos por debajo de cierto umbral de ingresos y lo necesitamos para cubrir necesidades básicas. Y seguramente te estarás preguntando cuál es ese umbral; cuál es la cantidad que hace que las personas sean felices sin necesitar más… Hace años, algunas investigaciones sobre el tema establecieron ese umbral en 60.000$. Hoy día se encuentra en los 70.000$. Unos 62.500€.

Tal y como tú estarás pensando hacer, yo también me lancé a la wikipedia para descubrir cuál es el salario medio de nuestro país, porque así, a «vuelapluma«, intuyo que yo debería estar ahora mismo retorciéndome de infelicidad junto con una gran cantidad de personas que poblamos este país (y me temo que muchos otros países).

Esto es o que encontré en wikipedia:

ingresos-por-pais

Es decir, que según estos datos, los únicos seres felices sobre la faz tierra serían los estadounidenses, y no todos, sólo los que están por encima y en la media de ingresos allí. Bueno, es cierto, y todos los que en otros países superan esos ingresos de 70 mil dólares anuales.

[PPA: paridad del poder adquisitivo es la suma final de cantidades de bienes y servicios producidos en un país, al valor monetario de un país de referencia.]

A pesar de que soy una gran admiradora de los americanos y sus investigaciones, en este caso no estoy muy de acuerdo con sus datos y resultados. Conozco a muchísmas personas que no alcanzan ni por casualidad los 62.500€ anuales y son muy felices. No sé cuánto aumentaría su nivel de felicidad si incrementaran sus ingresos hasta esa cifra sugerida por los investigadores, pero creo que se trata más de una cuestión de alcanzar los ingresos medios por país.

Tal vez esa satisfacción con el dinero aparece cuando eres capaz de ver a tu alrededor y te das cuenta de que eres tan rico o tan pobre como aquéllos que te rodean. Entonces te puedes dedicar a agradecer lo que tienes y es en ese momento cuando aparece la auténtica felicidad.

Y yo sigo pensando que el dinero es como un cuchillo. No es ni bueno ni malo, puedes utilizarlo para cortar un filete o para matar a alguien. ¿Tener más dinero te haría más feliz? Otro día entraremos a explicar cómo funciona la rueda de molino hedonista y cómo nos acostumbramos rápidamente a vivir cada vez con más ingresos.

“El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia.” (Woody Allen)

Y en una versión más de andar por casa:

  «Y dijo un Rey, que el dinero no da la felicidad. Y yo digo que es una sensación tan parecida, que por mucho que lo intento, haga sol o sople el viento, esté llorando o esté contento, no logro diferenciar…» (Melendi)